Estrenada en la Berlinale, Persischstunden (Lecciones de persa, 2020) dirigida por Vadim Perelman y protagonizada por el actor alemán Lars Eidinger y el argentino Nahuel Pérez Biscayart llega a los cines berlineses. Una historia extraordinaria en un drama que rinde tributo al ingenio humano y nos recuerda el valor de la memoria.
Recuerdo que en Nostalgia de la luz, el documental del cineasta chileno Patricio Guzmán, aparece Miguel Lawner, el “arquitecto de la memoria”. En los campos de concentración de la dictadura militar de Pinochet, en el desierto de Atacama, de día Miguel medía con sus pasos los espacios y por las noches los dibujaba, grababa bien en su memoria sus dibujos y enseguida los rompía en mil pedacitos por si había un allanamiento. A la mañana siguiente era el primero en levantarse para arrojarlos por las letrinas. Años más tarde, ya en el exilio en Dinamarca, dibujó de memoria todos los planos de los centros clandestinos donde había estado encarcelado. «La memoria es así», comenta ante la cámara. «Por lo menos para un arquitecto.» En la historia de los regímenes totalitarios, en medio de los horrores, ha habido muchas veces historias asombrosas como estas, historias movidas por el instinto de supervivencia.
Lecciones de persa también narra una historia extraordinaria, que en este caso transcurre en un campo de concentración nazi. Francia, 1942. En su huida Gilles (Nahuel Pérez Biscayart), un joven judío belga, ha caído como tantos más en manos de la SS. En el transporte hacia el bosque donde no sospechan serán ejecutados, intercambia ante el urgente pedido de otro joven comida por un libro. Es una valiosa primera edición, un libro sobre los mitos persas, y lleva inscripto el nombre de quien fuera su dueño, Reza. En el momento crucial, la ocurrencia desesperada de Gilles de gritar que no es judío, sino persa le salvará la vida. Es que en el campo de tránsito alemán al que lo destinan, el oficial Koch (Lars Eidinger), que dirige la cocina, ha ofrecido recompensa a quien le lleve un verdadero persa. Koch tiene un sueño para cuando termine la guerra: abrir un restaurante en Teherán. Para ello debe aprender farsi: Gilles – ahora Reza- deberá enseñarle la lengua. Una lengua que se verá obligado a inventar palabra por palabra. Aunque el mayor desafío no será ese, sino cómo recordar todas las palabras de esa lengua de fantasía que va creando. Para ello hallará un artilugio que tendrá consecuencias insospechadas. Erfindung einer Sprache (Invención de una lengua) es el título del relato de Wolfgang Kohlhaase, uno de los más importantes guionistas alemanes, sobre el que se basa la película.
Vadim Perelman, director ucraniano de origen judío radicado en Canadá, no quiso hacer una película de guerra. Y Lecciones de persa es diferente a otras películas de campos de concentración, porque no muestra la vida en el Lager, sino que se convierte en una fábula, en una obra de cámara centrada en ese duelo y por instantes encuentro entre dos hombres de mundos irreconciliables que hablan un idioma ficticio que solo tiene dos hablantes. Como si fueran los únicos habitantes de una isla perdida en medio del océano, en este caso del horror de los campos de exterminio. Así pues, si bien, como señala Perelman, resultó importante la documentación para reconstruir dando realismo y verosimilitud las instalaciones de ese campo de tránsito – inspirado en gran medida en el campo de tránsito de Natzweiler-Struthof, cerca de la frontera franco-alemana, pero con un portón principal que remeda el de Buchenwald-, la película apela a un trabajo del color, de la luz, de la cámara que estiliza fuertemente la escena. Los exteriores se envuelven en una bruma gris, invernal, trayéndonos a la mente el famoso documental de Resnais sobre la Shoah, Noche y niebla; entre otras, sus imágenes de los libros de registros de los prisioneros. El color de los campos verdes, del bosque se sume en la monotonía del gris plomizo de la vida en el campo de concentración, en el blanco frío de la nieve. En los interiores prevalece una luz pictórica, contrastada, marcante. La cámara colocada del lado de la sombra, el rayo de sol que se cuela por la ventana iluminando apenas el escritorio, el reducido espacio insular en medio de las tinieblas del campo de concentración en el que tiene lugar la clase de persa, los mismos rostros de los personajes partidos entre luz y oscuridad.

Es que Lecciones de persa es una historia del claroscuro, de luces y sombras. El confinamiento y la esperanza, la muerte y la vida, la ambivalencia como algo inherente al ser humano. «Intento mostrar», señala Perelman, «que todos somos seres humanos, todos capaces de amar, pero también al mismo tiempo capaces de llevar a cabo las cosas más atroces, de cometer crueles actos llenos de odio. El bien o el mal absoluto no existen.» «En todas mis películas intento ver a mis personajes desde distintos ángulos y ver sus diferentes lados oscuros. Yo quería mostrar el lento cambio de Koch. Ese farsi inventado le permite expresar sentimientos que no puede articular en alemán, temas que para él son tabú. No es casualidad que cuando Gilles pregunta: «¿Quién eres?» en falso farsi, él no responde «Hauptsturmführer Koch (Capitán Koch)», sino «Klaus Koch». Me fascinaba ir siguiendo el desarrollo de ese personaje, su creciente humanidad y en especial cómo ese idioma extranjero le permite mostrar ciertos aspectos de sí mismo que no puede expresar en su propio idioma.»


Mucho se ha discutido sobre la caracterización de los nazis en la literatura y el cine más allá del estereotipo; sobre si la humanización, al poder suscitar una empatía en el espectador, podía conllevar una relativización de sus crímenes. Hanna Arendt habló de la banalidad del mal. La fuerza de este concepto reside en que da la clave para comprender que los hechos atroces del pasado no son excepcionales, sino que pueden suceder en cualquier sitio, pueden volver a suceder y de hecho suceden. Son hombres «normales» los que pueden cometer los crímenes más atroces; eslabones en un sistema donde solo ejecutan su tarea, niegan toda responsabilidad individual sobre los hechos. «Yo no soy un asesino», le dirá Koch a Gilles. «Pero sí el que se encarga de que los asesinos estén bien alimentados», le responderá el joven.
Con sólidas actuaciones de Lars Eidinger y Nahuel Pérez Biscayart, Lecciones de persa es un drama al que el ingenio da pese a todo algunos toques de humor; donde el tiempo se estira, como en la fábula de las 1001 noches, en la tensión de construir un hilo que si se corta significa la muerte, un hilo, empero al mismo tiempo, que se va construyendo con un elemento decisivo para el inesperado final. Allí donde el director logra exactamente lo que pretendía: darnos directamente en el corazón.
Todas las fotos incluyendo portada ©Alamode Films.