El moralista

Es una persona concienciada y preocupada por el funcionamiento de la sociedad. Le preocupa incluso más allá de su propio interés. A pesar de que se ve a sí mismo  como un humanista, piensa que deberían ser las leyes las que regulasen las relaciones humanas. 

Leyes sólidas. 

©Roberto Calvo

No cree en el mal y está convencido de que si alguien no cumple la ley es por desconocimiento o por un malentendido que él esta dispuesto a aclarar. Tiene algo de misionero; su misión es concienciar a las personas, eso sí, siempre de un modo no violento.

Este último aspecto es fundamental para él; todo debe ser no violento. La violencia es lo que más asusta al moralista. Le asusta hasta unos niveles paralizantes, por lo cual la evita a toda costa. Él sería totalmente incapaz de violencia, de esto está totalmente convencido. Para evitar la violencia, piensa, deberían endurecerse y ampliarse las leyes (en esto el moralista no ve violencia). Le sorprende que a las instituciones se les escapen grietas que él detecta sin grandes esfuerzos y aunque nunca osaría confesarlo, en su fuero interno está convencido de que deberían darle un puesto de poder, que él desempeñaría con celo y eficiencia. Todos se sorprenderían de su valía y de este modo contribuiría con su granito de arena a hacer de este un mundo un lugar mejor (aquí el moralista se estremece).

La libertad no es un valor para el moralista y le molesta cuando alguien saca el tema a colación. No se explica por qué la gente se empeña en hablar de libertad, cuando los problemas estarían resueltos si todos (y todas) cumpliésemos las normas. Si todos actuásemos correctamente el mundo sería necesariamente un lugar mejor. Esta es una verdad innegable, absoluta, matemática, que nadie en su sano juicio se atrevería a cuestionar. En todo caso él no necesita más libertad, al revés, considera que ya hay demasiada y no entiende por qué la gente no se da cuenta de que si todo está regulado, habrá una respuesta para todo y eso nos permitirá tomar decisiones sin equivocarnos. Pues este es otro de los temores secretos del moralista; equivocarse (y tener que responder ante alguna instancia).

Pero aún hay otra cosa que atormenta más al moralista, que le hace sentir una punzada en el estómago, que deforma la expresión de su rostro que él se esfuerza siempre por que parezca amable. Que le desasosiega.

Le molesta sentir que hay gente que parece disfrutar más que él. Disfrutar de una manera que a él le es ajena. 

Cuando el moralista detecta a alguien así siente una necesidad imperiosa de denunciarlo. Y siempre acaba encontrando algún pretexto para hacerlo, en nombre de alguno de esos grandes principios que él defiende.

Georgia Ribes

Psicologa clínica y autora. Berlin- Neukölln. www.psychologischepraxisneukoelln.de

Un comentario sobre “El moralista

  1. Yo creo que hay diferentes tipos de moralistas, y entre estos hay algunos a los que sí les va la violencia. Un buen ejemplo en la historia es la Inquisición. Pero no hay que ir tan lejos, los regímenes autoritarios, amparados en sus respectivas biblias, suelen ser violentos. De esto tenemos muchos ejemplos en la historia contemporánea. Saludo.

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