Infoxicación
Uno de los síntomas del llamado trastorno autista es la hipersensibilidad sensorial. Por una serie de motivos complejos, las personas afectadas no han desarrollado la capacidad de filtrar los estímulos que les llegan del exterior y viven abrumados.
Otro síntoma curioso y característico de este síndrome es la literalidad, es decir, la tendencia a concentrarse en el mensaje verbal y la dificultad para percibir las señales no verbales, que no solo completan los mensajes sino que a menudo son la clave para entender al interlocutor. Esta combinación de síntomas complica la vida de las personas que, como se dice, están en el espectro.
Una sociedad que, al igual que los autistas, vive pendiente del mensaje verbal, y en este caso por defecto (la sociedad carece de dimensión subjetiva), ignorando lo que únicamente podría percibir mirando. Para aprender a mirar tendríamos que olvidarnos por un momento del discurso que hay detrás de los hechos. Por ejemplo, observar el efecto que nos produce la gente enmascarada, intentando ignorar por un momento la justificación que hay detrás. No es sencillo.
Existe un paralelismo entre los procesos individuales y los sociales, y en este sentido podríamos decir que hace ya algún tiempo que vivimos en una sociedad saturada de información que es incapaz de filtrar y de la que sacar conclusiones.
Una sociedad infoxicada.
El aumento de información y la alta sensibilidad son dos procesos que están directamente relacionados. Ser conscientes de cosas que no van bien nos induce a querer cambiar esas cosas, lo cual no siempre es fácil, ya que saber que algo está ocurriendo no significa saber por qué ocurre ni cómo abordarlo.
Ser conscientes de algo y no poder hacer nada al respecto produce sufrimiento. Y si hay algo que el ser humano no soporta es el sufrimiento. Por ello hemos terminado viendo el problema no en el exceso de información ni en la falta de filtro, en este caso criterio, ni en nuestra incapacidad para mirar bien, sino en nuestra alta sensibilidad. Y sospecho que esta condición pronto pasará a engrosar el manual diagnóstico psiquiátrico.
No solo los individuos sino la sociedad en general y ciertos grupos en particular están afectados de alta sensibilidad. Grupos desfavorecidos, altamente perceptivos.

Uno de estos grupos es el de las mujeres.
Las causas del sufrimiento de las mujeres se han visto en la sociedad altamente patriarcal dominada por el hombre blanco cis heterosexual y altamente privilegiado.
Los políticos ya han hecho suya la causa y han decidido que el remedio podría estar en la eliminación de los privilegios del género dominante. Es decir, en cambiar -un poco- el mundo para que la mujer no tenga que sufrir.
Pretendiendo empoderar a la mujer comenzaron empoderando las leyes, suponiendo tácitamente que la mujer estaría empoderada el día en que todas las oportunidades estuviesen reguladas, y el hombre, asumiendo su culpa, se hubiese deconstruido del todo.
En esta ecuación a la mujer le quedó únicamente el recurso de la queja y la reivindicación, que supone más del 50% del contenido de la literatura y las performance feministas de los últimos años.
Que todo cambie para que yo permanezca igual
Sirva de ejemplo el feminismo para ilustrar una tendencia general, que consiste en querer cambiar el mundo, para no tener que cambiar yo. Que localiza siempre el mal afuera e ignora los recursos de afrontamiento individuales.
Y es que, como dijo Musil hace cien años (y nada ha cambiado desde entonces en la naturaleza humana), somos capaces de defender como fieras valores de un grupo con el que nos identificamos, y totalmente incapaces de defendernos a nosotros mismos cuando la situación nos sorprende en soledad.
Pero el empoderamiento de la ley nos infantiliza, y a nivel subjetivo lo que ocurre es un aumento de la sensibilidad, pues cada vez estamos más desvalidos. Y es que las leyes no abarcan todos los niveles de comunicación ni todos los casos particulares (aunque cada vez se acerca más).

Finalmente el descontento en la sociedad y la tendencia a sentirse ofendido es el resultado de la combinación: exceso de información, falta de criterio, sufrimiento y estrategia de afrontamiento dudosa, cuando no claramente fallida.
Igual deberíamos olvidarnos por un momento de nuestra alta sensibilidad y plantearnos a qué se debe nuestra incapacidad -individual- de enfrentarnos al que nos ofende.
El miedo al conflicto
Uno de los motivos es nuestro miedo al enfrentamiento. Preferimos simular armonía y autoconvencernos de que es nuestra forma de respetar al otro. Pero esta simulada armonía está basada en la farsa, y la distancia y la frustración interior del conflicto no resuelto clamarán por salir de alguna manera.
También para ello existen remedios modernos como el mindfullness o la meditación, pero estas prácticas, que tanto nos gustaría dominar, están totalmente pervertidas y vaciadas de la esencia que algún día, y en otras sociedades, pudieron tener al ponerse al servicio de un fin absurdo: el de pretender resolver los conflicto que tenemos con el Otro de forma introspectiva; el de intentar ignorar y hacer desaparecer nuestra rabia interior con frases elegantes que, por más empeño que ponemos, no conseguimos creernos.
Las parejas se sorprenden cuando, tras años de relación armónica, de pronto y sin motivo aparente, se acaba el amor -o incluso llega el odio. Los cónyuges no se habían percatado de que la falta de intimidad es el precio que estaban pagando por la evitación del conflicto.

Habíamos llegado a creer que con app de meditación y trabajo personal podríamos acabar con el excedente de rabia de nuestros conflictos personales no afrontados, y cuando menos lo esperábamos fuimos sorprendidos por nuestra «negatividad».
Y nos quedamos sin saber dónde ubicarla ni qué hacer con ella.
Finalmente, y como no podía ser de otra manera, pues se sabe que el miedo muta en algún momento en agresión, volvimos a nuestras viejas costumbres y proyectamos nuestro odio en un grupo (random) y odiamos en masa, de modo que, llegado el caso, no tengamos que asumir ninguna responsabilidad.
¿Razonar en contra del razonamiento? ¿Sensibilizar sin con-sentimiento? ¿Defender la velocidad, parando el motor o marchando hacia atrás? ¿Pretender que la palanca funcione sin fulcro? ¿Criticar con criterio aduciendo magisterio? ¿Desatender la información aportando formación? ¿Jugar al Monty Hall sin aprovechar la nueva información? ¿¿¡¡…..!!??
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