Banda sonora original

“De los retales de una vida sale una canción…”, así empieza una melodía de los vallisoletanos Celtas Cortos, y hago mía esa frase para describir lo que llevo viviendo varios meses en Berlín, ciudad fascinante en la que los sueños se cumplen o se tornan en pesadilla a partes iguales.

Amante de la música de cualquier género y adicto a las actuaciones en vivo, esta ciudad ciudad me ha dado  motivos para seguir creyendo que la música siempre encuentra un resquicio por el que hurgar en tu interior y transportarte a un lugar, un momento o una situación especial.

Muchas veces los mejores escenarios no los he encontrado en grandes salas o pabellones ni en los locales más de moda. Ni siquiera he usado guías de ocio o buscadores de eventos. He dado con ellos sin buscarlos, lo que hace que la sorpresa haya dado lugar a la excitación de hacer mía cada una de las canciones de acordes a veces desafinados; lo cual, por cierto, no ha restado valor a las actuaciones.

JUDITH

Mientras bajo las escaleras de la estación de Wedding, llega a mis oídos un rasgar de guitarra acústica al más puro estilo del Grunge neoyorquino de los 90. Algo se despertó en mi interior que me recordó a esos locos 90, cuna de tantos sueños de una generación de jóvenes nacidos en los 70 que entonces los expertos bautizaron como generación X y que estábamos llamados a cambiar el mundo. No obstante, según me acerco, reconozco esos acordes guitarreros con los que empieza “Smells like teen spirit” (huele a espíritu adolescente) (Nirvana, 1987 EEUU).

Judith 28 años, llegó a Berlín hace casi tres años tras acabar sus estudios de marketing y vino siguiendo al amor de su vida. Este amor solo duró unos meses y tras la ruptura, él se volvió a su Barcelona natal mientras que ella decidió quedarse y probar. Laboralmente no le ha ido mal, trabaja en un hotel y gana lo suficiente para vivir bien, pero su sueño siempre fue la música y aquí encontró el valor que le faltó en España para echarse a la calle y cantar en público. Reconoce que no canta en la calle por dinero, solo lo hace para tener público, para expresarse. Su sueño se cumple con los curiosos como yo, y seguimos tarareando esas míticas estrofas:

“Load up on guns, bring your Friends, It’s fun to lose and to pretend, She’s over-bored and self-assured  Oh no, I know a dirty Word, Hello, hello, hello, how low….”

(“Carga las pistolas y trae a tus amigos, es divertido perder y pretender, ella está demasiado aburrida y segura, Oh no, yo sé una palabra sucia, Hello, hello, hello, how low….”)

DARÍO

Línea 6 del U-Bahn, 17,45 de una tarde calurosa del mes de Junio, casi anestesiado por el inmenso calor en el vagón veo como se sube al vagón un desaliñado personaje con una guitarra colgada de su hombro, chapurrea unas palabras en alemán que no llego a entender y comienza a tocar mientras nadie parece hacerle caso. Las notas que salen de su desafinada guitarra me hacen percibir la poca habilidad musical de este personaje con pantalones bombachos, descalzo y con una camiseta del St.Pauli con calavera incluida. Pero a esas desafinadas notas, comienza a acompañar con una voz aterciopelada, con la dulzura en la voz de nuestros hermanos sudamericanos e incluso acercándose más a recitar que a cantar, unas estrofas que inmediatamente llaman mi atención:

“Imagine there’s no countries (imagina que no hay países)
It isn’t hard to do (no es difícil de hacer)
Nothing to kill or die for (nada por lo matar o morir)
And no religion, too (y sin religión también)

Imagine all the people (Imagina a todo el mundo)
Living life in peace (Viviendo en paz)”

Efectivamente, Imagine de John Lennon, y tras haberla escuchado cientos de veces, Darío me hace encontrar un verdadero sentido a esta canción al oírla de voz de este juglar errante.

Este argentino, de 39 años, salió de su país hace años huyendo de la caótica situación del país y ha recorrido media Europa. Sin un hogar fijo y sin un plan de futuro más allá de lo que comerá hoy o dónde dormirá esta noche, recorre las calles. Me reconoce que no sabe tocar la guitarra, pero que estudió interpretación y se gana la vida “con lo que sale, ya que mi vida es una actuación continua”, declara. Me despido de él tras varias estaciones, yo me bajo mientras él se sube al siguiente vagón, donde seguirá imaginando un mundo mejor.

ARMANDO, RUBÉN Y EMILIANO.

Dos colombianos y un chileno forman un atípico trío musical tan dispar como inusual. Una guitarra clásica, un contrabajo y un acordeón se unen para sonar como si se tratase de una banda de decenas de instrumentos. La destreza que muestran estos tres MÚSICOS con mayúscula me hacen sentarme y aplaudir cada una de sus canciones con auténtico fervor. Suenan las canciones: “Tequila” (The Champs, 1953), “Moliendo café” (Hugo Blanco, 1940), Apache (The shadows, 1960) ó Despacito (Luis Fonsi, 2017), no hay cantante en este grupo, no hace falta ya que sus instrumentos hablan por sí solos. El improvisado escenario callejero en la plaza Gendarmenmarkt se llena de curiosos que hace que los músicos se vengan arriba y nos deleiten con sus ritmos. Imposible mantenerse quieto y la música te invita a mover el cuerpo.

Estos músicos profesionales en sus países de origen, aquí son solo una banda callejera que vive de las limosnas.

GUITARRISTA DECONOCIDO.

El puente frente al Bode-Museum es el escenario elegido por este guitarrista. Una fender negra cuelga de sus hombros enchufada a un amplificador Marshall, delante de él un micrófono y la funda de la guitarra abierta en el suelo, invitando a echar una moneda que justifique su esfuerzo en mantener el tipo bajo un sombrero que le sirve de parapeto. 

La canción que escucho es una bastante aceptable versión de “Samba pa ti” (Carlos Santana, 1970), aunque no se le ve cómodo, se nota en la manera de tocar que está curtido en esto de la música. Desgraciadamente, este músico no capta la atención de los transeúntes. Abrumado, y siempre resguardado bajo ese sombrero que parece su escudo contra la vergüenza de quien no está habituado a pedir limosna, guarda su guitarra de nuevo en la funda y se asoma al puente y con la mirada perdida se enciende un cigarro mientras unos ojos llorosos me hacen darme cuenta de que su historia no debe ser fácil.

Mientras tanto seguiré buscando el rastro de guitarras desafinadas, voces rasgadas por el hambre y acordeones que riegan mis oídos con las historias de todos aquellos que llegaron a Berlín buscando un sueño.

Fotografías de @macaisdead

Rafael Lezana

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