Decía un humanista que el hombre, abrumado ante su propia complejidad, ha optado por dividirse a sí mismo en partes, para acotar así su materia de estudio.
La medicina ha seguido decididamente por este camino y el mayor problema llegará a la hora de conectar el conocimiento acumulado. Entonces nos daremos cuenta de algo que ya sabíamos: que el todo nunca es igual a la suma de sus partes.
Pero eso es un problema lejano, que será abordado a su debido tiempo.
De momento, cada una de las partes del hombre se ha desvelado como un misterio; y los especialistas siguen descubriendo cada día que solo saben que no saben mucho.
De entre las partes en las que hemos dividido al hombre, el cerebro ocupa la cúspide en la jerarquía. Los que se dedican a su estudio son los nuevos dioses de la sociedad. Hasta tal punto se puso de moda que se le dedicó una década entera, la de los 90.
Desde entonces la ética no está ya completa si no es neuroética, el arte sin el “neuro” delante es un arte sospechoso, y ni siquiera la ciencia divina se ha librado de ser rebautizada.
Pero de todo se cansa uno, y todo apunta a que la moda del cerebro -y de atribuirle a éste el origen de todos los trastornos mentales- va dejando paso a nuevas explicaciones. Especialmente porque a pesar de que el conocimiento del cerebro aumenta, los trastornos se mantienen intactos.
Así que tendremos que empezar a buscar en otro sitio. Y el órgano candidato a la investidura es el intestino.
Cada vez hay más estudios que apuntan a que enfermedades como el Parkinson, la esclerosis múltiple, la depresión e incluso la anorexia -antes llamada nerviosa- se gestarían en el mismo lugar en el que se gestan nuestras heces.
Próximamente celebraremos la década del intestino; volveremos a entusiasmarnos, a invertir en becas y proyectos de investigación dedicadas a estudiar como la flora intestinal es la responsable última de cada vez más trastornos que pasarán a llamarse neurointestinales.
Es decir, todo cambiará para que todo continue igual.
Las farmacéuticas ya se están frotando las manos.
Y los psicoterapeutas continuaremos flipando.
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Artículo publicado originalmente en el blog de Georgia Ribes.