Es imposible definir nada y el amor no va a ser la excepción.
Los innumerables intentos de hacerlo llegan a conclusiones tan opuestas que acaban tocándose. Y es que no hay mucha diferencia entre la banalización a la que lo someten los que creen verlo en todas partes, y su negación.
Lacán decía que «amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo quiere».
Sea como fuere, amar es en el fondo la única motivación del ser humano. Todo, absolutamente todo lo demás, puede reducirse a ello.
Que esto sigue siendo así, a pesar de las apariencias, lo confirma un estudio según el cual en Alemania hay más de nueve millones de consumidores de apps de contacto (200 millones de euros al año).
Y es que el mercado nos ha puesto el amor al alcance del pulgar.
Pero, como siempre, las estadisticas engañan, y pesar de todas las facilidades, Alemania se está convirtiendo en un país de singles: más de 18 millones de personas, y con tendencia inflacionaria. Hace doce años había dos millones menos. Y Berlín no es la excepción.
Esta aparente contradicción se explica en parte por el hecho de que, para hacerlo consumible, el mercado tiene que despojar al amor de complejidades y dolores innecesarios, y reducirlo a su aspecto más inocuo, estético y comercializable: el sexo.
Respiramos aliviados, pues si bien ya no amamos románticamente (por suerte, dicen algunas) al menos amamos más, y democráticamente.
Pues tampoco.
Según un estudio de la Universidad de Dresde, solo un 67 por ciento de la población es activa sexualmente (lo cual ya me parece exagerado), frente a un 74 por ciento en 2005. Cabe la duda de si nos habremos vuelto más sinceros. Además, en contra de lo esperable, son los más jóvenes los que menos lo practican; un 30 por ciento de los jóvenes entre 18 y 30 años no tiene sexo en absoluto.
O sea, que ni amamos, ni follamos… Pero al menos hablamos.
Cuanto más se va alejando el sexo de nuestro lecho más se acerca a nuestra boca.
Ya lo decía el gran filósofo del lenguaje: de lo que no se puede practicar, tendremos que hablar.
Imágenes de Roberto Calvo