Entre la ficción y el recuerdo

¿Somos lo que recordamos? El conflicto de la memoria a través de la mirada de tres artistas españoles residentes en Dresde

Texto curatorial de Vanessa Bravo

La memoria es un mecanismo de supervivencia a partir de la cual nos (des)vinculamos del pasado para construir un presente que puede en ocasiones ser completamente diferente de la realidad. Sigmund Freud ya catalogó este concepto como base fundamental para su teoría sobre la psique, figura que en la Antigua Grecia constituía la encarnación del alma. En el seno de ciertas escuelas filosóficas, ocurre algo parecido. Si recordamos a Platón y su obra El Fedón, observamos cómo el cuerpo representa la cárcel del alma, la cual subsistía únicamente si retenía su memoria. Con esta idea nos estamos enfrentando a un problema epistemológico en el que nuestra idea del ayer depende directamente del funcionamiento de nuestra memoria y de la autenticidad de nuestros recuerdos. Pero, ¿cómo puede depender nuestra reconstrucción del pasado de una facultad mental, facultad que además dista mucho de ser infalible?

La exposición Zwischen Errinerung und Fiction, «Entre la ficción y el recuerdo», ha sido organizada conjuntamente por el Sächsiches Staatsministerium der Justiz und für Demokratie, Europa und Gleichstellung, el Consulado Honorario de España, el Regionalwissenschaften Lateinametika (TU Dresden) y el Consejo de Residentes Españoles en el Extranjero (CRE). En ella tres artistas españoles tratan este conflicto de la memoria, la cual se convierte en una representación, en una ficción en la que mostramos una relación con el pasado y la forma que han tomado para construir una identidad nueva y actual y, sobre todo, subjetiva.

El lugar elegido para la exposición no puede adecuarse mejor para esta hazaña. El Deutsches Hygiene-Museum es una de las instituciones culturales más importantes e innovadoras de Dresde y es considerado un foro para la ciencia, la cultura y la sociedad. El museo, aparte de su oferta permanente, programa exposiciones de carácter temporal que abordan temas relacionados con la medicina, la sociedad, el arte y la cultura. En esta ocasión, tres artistas españoles residentes en Dresde trazarán un recorrido visual y emocional en un intento platónico de retener la memoria para conformar así su propio pasado.

Ainara Torrano
Ainara Torrano. ©Inge Jann

Murciana de nacimiento, estudió Bellas Artes en Valencia y vive desde 2014 en Dresde. Ha realizado numerosas exposiciones en diferentes galerías e instituciones gubernamentales y ha trabajado como profesora de arte.

Sus obras representan un paisaje emocional, una tensión narrativa concreta, un conflicto que empuja a modo de detonador a que la historia sea creada después por parte del espectador y a través del filtro de su propia experiencia. Es la creación tras la creación a través de escenas íntimas que en un primer momento parecen ser situaciones comunes, pero que en una segunda mirada te sumergen en un intenso debate. Y ahí están, son niños y adolescentes plasmados en el lienzo con una técnica impecable, y apostando por una explosión visual por medio de un contraste cromático minucioso y cuidado y abarcando una gran variedad de tonos verdes, rojos, azules y morados.

Los personajes son dibujados tal y como son, sin idealizar, y parecen tan reales y cercanos que podemos vernos reflejados a nosotros mismos, a nosotras mismas. Así, el observador se convierte en su propio espejo y justo en este momento nace la historia: un domingo cualquiera en el campo, una tarde de juegos con amigos o un secreto íntimo compartido.

Se puede decir que la obra de Torrano no te deja ileso, te lleva al presente y te transporta al pasado, pero sobre todo te hace ser parte del proceso de creación con la intención de continuar viendo el mundo con los ojos de un niño. Como la propia artista dice: “Me gusta pensar que en la madurez nos enfrentamos a cada nueva información de forma parecida a como lo hacemos en la niñez y que ese momento reflexivo lo vivimos de adultos de un modo muy similar. La esencia del propio ser ante la experiencia del mundo y lo que éste nos ofrece”.

Alejandro Azorín
Alejandro Azorín

Nació y creció en Murcia y, al igual que Torrano, vive desde hace ya varios años en Dresde. Es un autor con diversas inquietudes explorativas y muy polifacético y, junto a su trabajo como artista plástico, también es solista en el ballet de la reconocida Semperoper de la capital sajona.

Se podría decir que la obra de Azorín es inconformista por excelencia. Sus cuadros están llenos de rebeldía y denuncia. Estamos ante un pensamiento introspectivo, efímero y un tanto nostálgico. Además, en esta actitud de incomodidad, busca activamente situaciones de malestar con un fin catártico y de transformación personal. La técnica es tan volátil y moldeable que, incluso los elementos más consolidados, están sujetos a la alteración tanto por parte de quienes los contempla, como por el  paso del tiempo.

Soledad es la innegable respuesta a una época de pandemia. En esta pieza, recortes de fanzines en sepia de la RDA ilustran diversos personajes que se encuentran interactuando de muchas maneras, quizá como evocación a una necesidad de contacto social y de rechazo al aislamiento. A veces, los trazos de pintura interfieren en estas relaciones ocultando detalles a modo de frontera; otras, las enmarcan creando un cuadro dentro de un cuadro. Es un hecho intencionado con el propósito de dirigir nuestra atención hasta puntos concretos de la obra. Y es que en esta pieza la memoria está claramente fragmentada, intervenida y distorsionada.

El autor muestra una clara intención de capturar la esencia de momentos fugaces, para así profundizar en las complejidades de la transformación del ser humano. La obra In grotesque fiction, I was an infant impacta ya con una simple mirada. Su tono burlesco nos recuerda a la imagen del pícaro, personaje característico de la sociedad española entre los siglos XVI a XVIII que, curiosamente, tuvo una enorme importancia en la literatura, pero que en la pintura tuvo una presencia bastante limitada. En Azorín la figura del pícaro se vuelve nostálgica, pero sigue conservando ese guiño granuja y descarado en la mirada. La estructura pictórica del cuadro es bastante densa y consiste de muchas capas. Es necesario buscar lo escondido a través de ellas y navegar entre tonos ocres y morados para descubrir los distintos sustratos emocionales que nos llevarán hasta su propósito final: la recuperación de la memoria. Esta búsqueda del recuerdo, melancólica y burlesca, añade una maravillosa complejidad y profundidad a la experiencia que sufre el espectador con esta obra.

Vanessa Bravo
Vanessa Bravo

A la edad de siete años me mudé de Tetuán a Málaga con mi familia, ciudad que he llegado a acoger como mía, igual que ella me acogió un día con los brazos bien abiertos a mí. Allí y en Roma estudié arte, lingüística y literatura. Crecí en una familia de artistas, por lo que fue fácil desarrollar mi amor por el arte a una edad temprana. Durante mis estudios recibí algunos premios por mis cuentos y poemas, como el premio literario del conocido escritor Giner de los Ríos. Tras recibir una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, trabajé para la Embajada española en Berlín, donde organicé diversas exposiciones de arte. Actualmente soy directora del Departamento de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Dresde.

Podría decirse que no tengo un estilo claramente definido, pues me gusta divagar entre la infinitas posibilidades que ofrece la expresión artística y, sobre todo, experimentar. La elección del cartón reciclado como soporte pictórico para esta muestra se debe a la intención de simbolizar la relación que mi obra establece con la figura del cartonero. De pequeña era un personaje que me fascinaba y siempre me asomaba al balcón para observar cómo recogía algo que la gente no quería, que la gente tiraba. El cartón simbolizaba por tanto en mi visión de niña tanto valor como desecho. Yo por aquel entonces no lo sabía, pero esto ya significaba una maravillosa expresión de ecología urbana. Así, de igual manera que el cartón que recolecta el cartonero cambia de función y transmuta para sostener la vida, este material también simboliza mi memoria, como elemento cambiante y tremendamente vulnerable al fluir del tiempo.

Los tonos en color sepia representan el pasado y se sumergen en el lienzo cobrando vida propia, abriéndose su propio camino sin que yo los pueda controlar ni manipular, como también sucede con mis indomables recuerdos. La idea del bosque simboliza la sostenibilidad que alcanza una profesión tan desprestigiada y, a su vez, es mi fuente de inspiración sobre la idea de evocar el pasado: ¿Somos lo que recordamos?. Con esta pregunta pretendo que el espectador se quede ahí, parado, frente a un paisaje que invita a entrar por ser tentación de lo desconocido, pero que también te aleja, para distanciarte y ofrecerte una perspectiva mucho más amplia, como cuando das dos pasos atrás para observar la obra o como cuando viajas y empiezas a cuestionar las cosas que antes estaban muy claras. Es un bosque de Robert Frost o de Mary Oliver donde el ego se diluye para ser excedido y, de esa única manera, trascender. Pero yo, quizá estoy intentando retener ese proceso de desvanecimiento con un simple cuadro, intentando capturar la imagen y frenar el terrible paso del tiempo, porque como ya dijo Ted Hughes en Bajando por Somerset: «Algo tiene que permanecer“.


La exposición organizada conjuntamente:

vanessabravoferia

Un comentario sobre “Entre la ficción y el recuerdo

Deja un comentario