¡Judíos entre nosotros!

Año 2009

Charlotte Knobloch, presidenta del Consejo Judío Alemán y Horst Köhler, en ese momento, presidente de Alemania, anuncian: ¡La vida judía renace en nuestro país! Están de pie, uno al lado del otro en una comparecencia pública, ante cientos de periodistas y las cámaras de la televisión de toda Europa: “Los judíos son parte del pasado y lo serán del futuro de este país”. Afirma el presidente con un ligero vibrato emocionado y sus palabras suenan convincentes. Knobloch, mujer con larga experiencia en los temas espinosos de su congregación y con contactos en las esferas del poder europeo, sabe que se están moviendo las cuerdas para que esto se haga realidad. La tesis la avala el presidente de la Unión Europea en persona y otros altos funcionarios de la organización. También la ONU se ha envuelto en el asunto, así que hay que darle un voto de confianza a alguien que habla desde el corazón.

Este optimismo oficial no fue el detonante para que en Berlín aparecieran nuevas sinagogas, escuelas, restaurantes, centros de música y de formación de rabinos. Ya estaban renaciendo con timidez, pero con esa perseverancia de la que hacen gala los hebreos en todas partes. Eso sí, se despejaban algunas de las dudas que se anidaban en los corazones de muchos hijos y nietos de las víctimas de los campos de concentración, robos de propiedades y humillaciones por poder desde el poder. Alemania, de forma oficial, decidía volver a acoger a sus hijos reprimidos y rechazados.

“Alemania necesita un clima que fomente el coraje cívico. No se puede dar nunca más oportunidad en Europa a la xenofobia, el racismo y el antisemitismo. La indiferencia es el primer paso para poner en peligro los valores esenciales”, dice Angela Merkel en un discurso pronunciado a las puertas de la sinagoga de la Rykestrasse, en Berlín.

Y todo esto estaba pasando en la misma ciudad donde los nazis firmaron, sin que les temblara el pulso, “la solución final” en enero de 1942, y desde la que transportaron en trenes a 50.000 judíos hacia la muerte. Se necesitaron muchos esfuerzos y años de polémica y autocrítica para que esto sucediera, pero al final pasó. El retorno fue lento, pero la población de origen hebreo retoñó, y hoy en día se ha multiplicado por dos desde 1999.

En las calles de Mitte, Wedding y Prenzlauer Berg brotaron los cochecitos arrastrados por chicas con niños de cabello oscuro y vestir discreto, de hombres con largos chorongos y sombreros de ala ancha en dirección a sus sinagogas. También jóvenes alejados del negro estricto de la ortodoxia, con kippas, pero vestidos con jeans y camisas coloridas, con short y faldas cortas, de camino a sus trabajos, discos o las casas de sus amigos. En el Mauerpark nace una ruidosa y colorida peña de levitas que, al ritmo de la música de sus ancestros, vende comida kosher y artículos artesanales. En la Brandenburger Tor se celebra la Hanukkah con una enorme Menorá. Lo hebreo dejaba de ser maldito o excéntrico. Alemania, de cara al mundo, limpiaba su pasado sangriento y xenófobo.

Luis_Judios2

Año 2019

“Hoy es un hermoso día”, comentaba en Facebook el grupo neonazi Fuerzas Libres de Berlín–Neukölln (FKBN) sobre el aniversario de la denominada Kristallnacht (Noche de los Cristales Rotos), la infame serie de linchamientos, incendios y ataques por parte de los nazis a negocios, residencias y sinagogas durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938. Pero no se quedaron ahí. Publicaron en el mismo perfil, un mapa de la ciudad rotulado con la frase: “Judíos entre nosotros”, donde señalizaban 70 ‘negocios judíos’ en Berlín con sus direcciones y códigos postales. Las localizaciones eran escuelas, guarderías, monumentos, tiendas, restaurantes y cementerios. Quien lanzó la señal de alarma fue la organización Mobile Beratung gegen Rechtextremismus (MBR), que destina sus recursos a observar de cerca a los grupos extremistas de derecha. Enseguida advirtieron a todos los establecimientos e instituciones que aparecían en el citado mapa y después a las autoridades.

Marcel Zech, de 28 años, es un político afiliado al Partido Nacional Democrático de Alemania, NPD, que fue condenado por la Audiencia de Oranienburg a seis meses de libertad vigilada por sedición. Sus seguidores recaban en Internet apoyo popular para pedir su absolución. Zech exhibe allí a donde va, el tatuaje que le cubre gran parte de la espalda y en el que, junto a una imagen del campo de concentración de Auschwitz, puede leerse: “A cada uno lo suyo”.

Este caballero no es el único que se pasea tatuado por ahí. La policía ya estaba investigando en 2018 a un hombre por mostrar un tatuaje con un eslogan nazi en Eichwalde (Dahme-Spreewald), una playa de Brandenburg. En uno de sus brazos se ha tatuado un comando de asalto alemán de las SS y en el estómago la inscripción “Mi honor es lealtad”, que era el lema que estas tropas llevaban grabado en las hebillas de sus cinturones.

¿Cómo? ¿Qué está pasando? Pero… ¿no estaba renaciendo la vida judía en Alemania? ¿Qué pasó con todos esos discursos, los fuertes apretones de manos con Juncker, los políticos germanos con kippas, y la canciller federal sonriente entre la presidenta de la comunidad judía de Berlín, Lala Süskind, y Charlotte Knobloch?

En realidad, un año después de las soflamas, los besos y los abrazos, la comunidad judía, que llegaba a 200.000 personas, comenzaba a experimentar sus primeras dificultades. Según Die Zeit, la razón era la oleada migratoria procedente de las antiguas repúblicas soviéticas, trufada con impostores cercanos a grupos mafiosos rusos, que compraron documentación falsa para asentarse en Alemania, y aprovecharse de las facilidades dadas a la comunidad en cuestión de impuestos y compra de casas. También al ascenso de una nueva generación entregada a una alarmante indiferencia por el entorno donde viven, y cargada de un peligroso pragmatismo, para quienes Israel, los brazos grabados con números y el Holocausto eran realidades muy lejanas o pura historia.

No es casualidad que Frauke Petry, la carismática exlíder del partido Alternativa para Alemania, AFD, no se canse de repetir que ya es hora de abandonar el “culto a la culpa” en la cultura alemana, y sobre la conveniencia de reducir la presencia del Holocausto en los planes educativos de los colegios y los medios de comunicación. O la funesta frase que lanzó a la popularidad a Alexander Gauland, la eminencia gris de ese mismo partido, que describió el asesinato a escala industrial de judíos y otras minorías en la Alemania nazi como un mero “punto de estiércol de aves en más de mil años de exitosa historia alemana”. En una encuesta realizada en 2012 por la Agencia Europea para los Derechos Humanos, el 47 por ciento de los judíos en Alemania habían perdido la sonrisa. Contaban con sufrir en los siguientes doce meses algún ataque verbal o sufrir acoso por el hecho de ser hebreos. El 34 por ciento temía ser golpeado o apedreado en la calle.

Ya en el año 2015, el presidente del Consejo Central de los Judíos de Alemania, Josef Schuster, advertía públicamente del peligro de llevar la kippa en barrios con alta presencia de población musulmana no sólo en Berlín, sino en todo el país. “Cinco años atrás hubiese sido absurdo plantearse esta precaución”, dijo con el mismo tono emocionado que Köhler expresó su alegría por el retorno de los judíos. “Ahora lo considero necesario”. Según ha repetido Schuster en varias entrevistas, “hay que preguntarse si tiene sentido hacerse identificable” porque una kippa puede marcar la diferencia entre vivir en paz o con miedo.

Las precauciones que la comunidad judía está tomando dejan claro que el recelo ha calado profundo en ella. La redacción de la revista Berlín Judío ha comenzado a enviar sus ejemplares en un sobre cerrado y neutro, sin logotipo ni remitente que pueda traer complicaciones indeseables a sus más de diez mil lectores. A pesar de los mayores costes que supone el envío empaquetado, decidieron que era lo más aconsejable, después de descubrir que muchos suscriptores estaban pensando en la cancelación por ese motivo.

En diciembre de 2017, un video con insultos soeces antisemitas contra el propietario de un restaurante israelí en Berlín se volvió viral en Internet. En sus primeros tres días en Facebookhabía sido visto casi 300.000 veces. El video desató un imparable torrente de correos cargados de munición antisemita. Entre los más destacados está un documento de más de 65 páginas llenas de insultos enviados por un tal Lutz F.,  y algunos que hielan la sangre, como el anónimo: “Te voy a cortar la garganta” que le llegó unos días después. En el corto se ve a un hombre convocando a la violencia contra los judíos, y ofendiendo al dueño del local, que está situado muy cerca de la popular calle comercial de Kurfürstendamm, donde una vez sus antepasados tuvieron también negocios.

Según informó el diario alemán Märkische Allgemeine Zeitung, las imágenes fueron grabadas por la novia del propietario. De acuerdo con la información de la policía, Yorai Feinberg, de 36 años, se encontraba con su pareja delante de su restaurante cuando un hombre se dirigió a ellos sin más. El video muestra cómo este ataca verbalmente al propietario durante varios minutos con palabras como: “Judío sucio”, “No lo queremos aquí”, y “¿No fueron suficientes las cámaras de gas?”.

Cansado de escuchar sandeces, el dueño del restaurante paró a una patrulla que por pura casualidad pasaba por ahí. Los agentes detuvieron al hombre. El alemán, de 60 años, se mostró agresivo e insultó también a los agentes. Varias horas después… fue puesto en libertad. Las autoridades se preguntan si abrir una causa por incitación a la xenofobia o no.

En realidad, los atropellos no son nuevos. Comenzaron con calcomanías llamando a un boicot al Estado de Israel, sazonados con insultos telefónicos o por correo. Un día, tres adolescentes de origen árabe arrojaron grandes petardos a los clientes, lo que desató el pánico, y algunas personas sufrieron contusiones y heridas superficiales. Feinberg ha presentado veinte denuncias a la policía hasta la fecha.

Pero toda la culpa no la pueden cargar los musulmanes y la derechona alemana más rancia. La izquierda más radical también participa en el acoso a los judíos, a los que mete en el mismo saco que a los sionistas que acorralan a los palestinos en Gaza. Aunque casi siempre el atacante no tiene rostro ni nombre. Pero los acosadores se están volviendo más audaces, aseveró Feinberg a la prensa, publicando sus comentarios virulentos sin esconder su identidad. “Es absurdo –dice–, muchas personas ni siquiera temen a las posibles consecuencias”. La serie de delitos antisemitas se ha disparado tanto que, las autoridades de Berlín nombraron a fines de 2018 a un fiscal dedicado a tiempo completo a investigar tales violaciones.

En una entrevista reciente, la fiscal Claudia Vanoni admitió que de los 440 casos de antisemitismo presentados el año 2018, el 41 por ciento se archivó sin resultados debido a “la falta de evidencia”. Pero, ante la solicitud de la legisladora del partido Die Linke, Petra Pau, al gobierno en Berlín, la policía admitió con boca pequeña que ese año se cometieron 1.646 delitos motivados por el odio contra los judíos.

Pero no siempre faltan las evidencias. Knaan S., un refugiado sirio de 19 años registrado en un albergue en el estado federado de Brandenburg, y que últimamente vivía en Berlín atacó a correazos en la calle a unos jóvenes por el simple hecho de llevar la kippa. Knaan es ya popular en los archivos de la policía de la capital. Antes de atacar a los judíos, ya estaba siendo investigado por delitos de lesiones graves y ofensas sin ser detenido.

Adam, la víctima de 21 años, que grabó la agresión con su teléfono móvil y la colgó en Internet, explicó después en una entrevista con la Deutsche Welle DW, que en realidad él no es judío, sino que proviene de una familia atea de israelíes árabes de Haifa. La ironía está en que decidió ponerse el gorrillo emblemático judío para demostrarles con hechos a sus amigos en Israel que estaban equivocados al afirmar que era peligroso mostrarse con éste en las calles de Alemania.

“Fue una experiencia llevar la kippa”, expresó Adam, y agregó que lo más grave fue que en el momento de la agresión, que se produjo en el barrio de Prenzlauer Berg, había mucha gente, y nadie acudió en su ayuda. En el vídeo se ve cómo el atacante golpea a su víctima repetidamente con un cinturón y lo llama con desprecio yahudi (judío en árabe).

Levi Salomón, portavoz del Foro Judío para la Democracia y contra el Antisemitismo, consideró “insoportable” ver cómo alguien de apariencia judía es atacado en plena calle de Prenzlauer Berg con total impunidad. “Esto demuestra que las personas de fe judía no están seguras aquí. No necesitamos más palabras. Queremos acciones”.

El alcalde de Berlín, Michael Müller, condenó el ataque “especialmente debido al trasfondo histórico del Holocausto, Berlín está agradecida de que la comunidad judía sea de nuevo visible y que contribuya de manera importante a la diversidad de esta ciudad y esta sociedad tolerantes y abiertas”, dijo. “Estoy seguro de que la Policía hará todo lo necesario para atrapar al culpable y llevarlo a juicio.”

Mientras tanto, en las calles de Mitte, Wedding y Prenzlauer Berg, van desapareciendo los cochecitos arrastrados por chicas con niños de cabello oscuro y vestir discreto. Los hombres con largos chorongos y sombreros de ala ancha aceleran el paso y miran sobre el hombro cuando van en dirección a sus sinagogas. Los jóvenes alejados del negro estricto de la ortodoxia, se quitan sus kippas, y se piensan dos veces el camino que recorrerán hacia sus trabajos o las casas de sus amigos.


Fotografías de Victor Ferrer Aragües

Luis González

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