Cuba nos interpela a todos en este momento. Las manifestaciones del 11 de julio en la isla son una expresión de un sistema que viene reclamando reformas desde hace muchos años. Las detenciones y juicios sumarios a manifestantes que salieron a reclamar derechos y reivindicaciones imponen urgencia. En la convicción de que los acontecimientos actuales abren la posibilidad de repensar Cuba más allá de dicotomías, Desbandada ha cedido espacio a voces de la diáspora cubana en Berlín. No para coincidir en todo ni necesariamente, en absoluto, pues las opiniones vertidas solo representan las de los entrevistados o autores, pero sí para alentar el debate. Para ello vaya aquí también mi reflexión como latinoamericana, firme defensora de los gobiernos progresistas en la región y una de los dos editores de la revista. ¿Se puede estar en contra del embargo/bloqueo y apoyar reclamos de renovación en Cuba? Sí, se puede.
Es insoslayable ver lo que significó la revolución cubana en su momento histórico, como gesto legítimo de emancipación, y luego dentro de un contexto de décadas de Guerra Fría, de la cual el embargo, también llamado bloqueo, impuesto desde los sesenta y condenado a nivel internacional sigue siendo una manifestación clara y anacrónica. La resolución A/75/L.97 de la ONU de junio de 2021 que expresa la „necesidad de poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero impuesto por los Estados Unidos de América contra Cuba“ se suma a las 28 adoptadas anualmente en este sentido desde 1992 cuando se comenzó a votar sobre esta cuestión en el organismo. Este año 186 países apoyaron la resolución, solo EEUU e Israel se opusieron al levantamiento del embargo. Un embargo reforzado con nuevas medidas durante la administración de Donald Trump, medidas que el nuevo presidente de EEUU, Joe Biden, no ha revocado aún en tiempos de pandemia. Un simple ejercicio sería preguntarnos cómo sería la vida cotidiana en nuestros países de residencia con un embargo/bloqueo semejante y si se vieran expuestas a sanciones las empresas aún de otros países, es decir, no norteamericanas, que quisieran exportar a ellos.
No hay que hablar solo de Cuba, claro está, para hablar del rol autoasignado de los EEUU como supuesto árbitro de la libertad y la democracia -que luego sigue sosteniendo un Guantánamo. O en aras de su política intervencionista y de sus intereses económicos castiga con saña a los países que osan elegir un gobierno que defienda la independencia económica, la soberanía nacional y la justicia social. Así ha apoyado golpes de Estado, actualmente ya no militares sino golpes “blandos”, con endeudamiento y lawfare incluido, y dictaduras genocidas y violadoras de los derechos humanos en Latinoamérica, digamos para ceñirnos solo a este continente. No es precisamente la revolución cubana la que desestabilizó y desestabiliza democracias en Latinoamérica. No se puede afirmar tampoco gratuitamente que la revolución cubana “se exportó” en Latinoamérica supuestamente instalando “dictaduras” y referirse con ello a gobiernos progresistas democráticamente elegidos por la mayoría como el que hubo en Ecuador, hubo y hay en Bolivia o acaba de ser elegido en Perú. No se puede discutir la legitimidad del voto de la mayoría porque el tinte social del gobierno elegido no es de mi agrado. Eso no es democrático. Sin duda son muchos los temas que se cruzan en este fervoroso debate que han abierto los recientes sucesos en Cuba. No es la intención de este texto abarcarlos todos. La pregunta es: ¿Se puede pese a no coincidir en todo, pese a posturas tan opuestas dentro del espectro político, coincidir en la necesidad de renovación en la isla? Y de nuevo la respuesta es a mi parecer: Sí, se puede.
He estado en Cuba, tanto a título personal -y no como turista típica de Varadero, sino recorriendo la isla-, como profesionalmente -cuando me desempeñaba como directora artística de un festival de cine latinoamericano francés y durante el festival de cine de La Habana trabajé con la Muestra Itinerante de Cine del Caribe a fin de seleccionar películas para un foco sobre cine caribeño. Ya mi primer viaje me dejó en claro que en Cuba, pese a los logros en educación y salud, el sistema que se instaló después de la revolución se anquilosó, con prácticamente cero desarrollo productivo, un abandono de la infraestructura tal el caso de la vivienda, una doble moral expresada ya por los privilegios de las jerarquías o la doble moneda entre otras cosas. Y ahora y ya antes también con cárcel injustificada y represión. Puedo entender por eso que hay reclamos justos de parte de la población, algunos de larga data sobre los que la pandemia actuó como lente de aumento. Y que de ellos se hace eco la diáspora cubana en el exterior. Por supuesto hay también grupos anticastristas, sobre todo en EEUU, ultraconservadores, como los que en 2016 con su voto aseguraron en el estado Florida la victoria de Trump, el primer presidente norteamericano que amenazó la democracia en su propio país, y que ahora reclaman una invasión de EEUU a Cuba. Y también operaciones mediáticas armadas desde EEUU para aprovecharse de la situación. O también sucede que a partir de las propias vivencias hay una especie de reacción alérgica contraria a todo lo que suene a social/socialismo, a lo que se descalifica y tacha de “comunismo”, y esto se traslada, por ejemplo, a otros países, donde cubanos optan por apoyar a partidos más conservadores y neoliberales. O a la oposición de cualquier gobierno progresista. Mientras los acontecimientos actuales imprimen urgencias, ya resuena una pregunta: ¿cuál es el modelo al que se aspira para una Cuba post- proceso de cambio y renovación? ¿Es posible un modelo superador de extremos opuestos?
En síntesis, hay, en mi opinión, reclamos válidos que hacen no a la ideología, sino al sentido común y a derechos del ciudadano, hay una necesidad y un anhelo de muchos de profunda renovación en Cuba, hay urgencias como la liberación sin condiciones de quienes fueron injustamente detenidos en las manifestaciones. Hay necesidad de un diálogo superador de dicotomías para que los cubanos, en forma soberana, sin injerencias externas de ninguna procedencia ni embargos o bloqueos, puedan decidir los cambios necesarios y llevarlos a cabo para tener una vida mejor. Creo que desde afuera podemos aportar haciéndonos eco del debate, informándonos con la mayor profundidad posible, haciendo análisis claros sin perder de vista la complejidad del contexto y los poderes e intereses económicos que entran en juego, defendiendo nuestras convicciones políticas pero sin romantizar el desarrollo del sistema que se instauró en Cuba después de la revolución de 1959. Sin perder de vista -quisiera agregar, porque Desbandada es berlinesa, europea- que el continente americano a diferencia de Europa fue colonia. En Cuba no solo es importante pensar en la colonia española, sino en la etapa de la ocupación norteamericana, por ejemplo. En nuestro continente la estructura colonial de extractivismo y dependencia que signó su historia en muchos sentidos que pasan desapercibidos desde una perspectiva eurocéntrica -ya sea en lo económico, en lo político, en lo social- sigue influyendo su presente. La lucha por la soberanía en América Latina y el Caribe sigue siempre vigente.
Ante los sucesos actuales, es mi esperanza que las diversas publicaciones de revista Desbandada al respecto y la inevitable polémica en la que entrarán entre sí y que sin duda suscitarán constituyan un aporte crítico para tener la libertad de repensar Cuba.
Foto de portada: ©Luis Herrera
Me parece acertada la perspectiva de esta nota. Yo también he estado en una para mí hasta entonces idealizada Cuba y visto con ojos criticos muchas cosas. Creo que es el momento que en la más idealizadas de las islas se reclame por un cambio y a nivel internacional apoyar ese proceso sin que por ello se llame a injerencia, como por ejemplo bogar por el hace años votado por la mayoría de los países, el levantamiento del bloqueo ya!!!!
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