La aventura, el riesgo y el azar ligaron el destino del fotógrafo norteamericano Peter Beard (1938-2020) al de un continente: África. En sus famosos diarios-collage y en espléndidas y desgarradoras fotografías dio cuenta de la catástrofe que ha sido: la devastación de los últimos paraísos de vida salvaje a manos del hombre.

Destinos cruzados se titula el libro y en la fotografía el hombre yace boca abajo igual que el enorme cocodrilo a su lado. Unidos ambos por idéntica posición. Bajo el sol cegador, sobre la orilla pedregosa. Ambos la presa ya cazada. Sobre el sepia, el solo afeite del color de la sangre. Pinceladas de sangre, trazos, diseños en tinta china en los márgenes de la fotografía que con agregados cuestiona los límites de la Fotografía con mayúscula. Una síntesis plena de la obra de Peter Beard.
En 1991 Loris Azzaro presentó su perfume Acteur con la imagen de Beard y el slogan: “Con su vida se podría hacer una película”. Nunca se hizo, pero podría ser una tentación para guionistas hollywoodenses conscientes de tener que acometer la empresa de una cruza inclasificable entre Desayuno en Tiffany’s y África mía. Es que muchas fueron las caras de este aventurero moderno que reclamó como máximo trofeo el haber logrado que no se lo pudiera encasillar. Adonis heredero de magnates –su bisabuelo G. G. Hill fundó en el S.XIX la Great Northern Railroad Company y a su muerte había amasado con los ferrocarriles una fortuna que ascendía a los 53 millones de dólares; su abuelo, el heredero tabacalero Pierre Lorillard, fundó más tarde la firma norteamericana Tuxedo e inventó el smoking como traje para las veladas de la alta sociedad–, Beard tuvo ya garantizado cuando menos por linaje un sitio privilegiado en el jet set.
Luego fue amigo de Truman Capote, de Andy Warhol (colaboró en la Factory), de Jacqueline Kennedy Onassis, amigo y modelo de Francis Bacon, asiduo de las frenéticas noches del legendario Studio 54, filmó con Salvador Dalí. Fotógrafo de moda, eterno buscador de la belleza, trabajando para Vogue descubrió por azar un día en las calles de Nairobi a una estudiante que luego se convertiría en la supermodelo Iman, la primera modelo africana de éxito internacional. Amigo también de Mick Jagger, en 1978 acompañó a los Rolling Stones en su gira por EEUU. Y no faltó tampoco entre sus peripecias una incursión en el cine. En 1963, en la comedia underground de Jonas Mekkas Hallelujah the hills, una película que se proyectó durante siete años seguidos en un cine de París. Ahora bien, respecto a que Hollywood –que tocó a sus puertas– filmara su vida, dijo Beard con humor: “Tal vez dé el okey en mi lecho de muerte, así me ahorro pasar vergüenza”. Sería, no obstante, otro personaje cuya vida se llevó a la pantalla el que imprimiría un cambio de rumbo en su vida: Karen Blixen, la escritora danesa que bajo el seudónimo de Isak Dinesen, es la autora de Out of Africa (África mía), libro en el que se inspiró el rodaje de la película del mismo título protagonizada por Robert Redford y Meryl Streep.
Beard coqueteaba con la imagen del antihéroe cuando se definía críticamente como “un vagabundo sin esperanzas que nunca hubiera hecho nada de no haber existido un plazo de entrega”, “alguien que no hizo nunca más que escapar de la realidad”. Escapó de los dictados maternos que esperaban de él un abogado, un médico o un gobernador. Comenzó estudios de medicina, pero pronto los abandonó para pasar a la Facultad de Artes de la elitista Universidad de Yale. “Pero ya entonces no me interesaba el arte”, afirmó, “trataba de mantenerme lo más lejos posible de él. Estudiar arte te permite simplemente tacharlo de tu lista de intereses”. Beard huye del Arte con mayúsculas, como querrá hacerlo de la Fotografía con mayúsculas. No como un artista, sino como un aventurero, explorador, fotógrafo y escritor preferirá definirse.

El permanente afán de fuga y el azar de la lectura, la fascinación con la que devora Out of Africa, lo impulsan a volver a viajar en 1961 a aquel continente donde habrá de establecerse finalmente en el Hog Ranch, en Kenia. Será algo así como su viaje de Gauguin –a quien le dedica una fotografía, “Beyond Gauguin”, donde una belleza morena desnuda alimenta a una jirafa por la noche–. Aquel mismo año visita en Copenhague y entabla amistad con Karen Blixen, quien lo introducirá en el mundo del continente negro y a quien retratará en sus últimos tres meses de vida. Espléndidas fotografías de un rostro devastado que transmiten la intensidad de quien declaró: “Mi vida literaria fue bañada en sangre”.

En Kenia, en el Parque Nacional Tsavo, Peter Beard llevará a cabo en forma clandestina una de las documentaciones más importantes de su obra: la muerte en masa de más de 35.000 elefantes, provocada por superpoblación, destrucción de millones de hectáreas de hábitat y políticas de conservación erradas. Seguirán luego documentaciones sobre hipopótamos y cocodrilos. En 1965 Beard publica su primer libro: The end of the game: The last word from paradise (El fin del juego: La última palabra del paraíso), una obra fundamental en la que seguirá trabajando durante los próximos veinte años. Allí sus fotografías, sus textos y citas se conjugan para ofrecer una estremecedora mirada sobre presente y futuro de la vida salvaje en África. Otros libros, Eyelids of the Morning; The Mingled Destinies of Crocodiles and Men (Párpados de la mañana: Los destinos cruzados de los cocodrilos y los hombres – 1973), Longing for Darkness: Kamante’s Tales from Out of Africa (Anhelando la oscuridad: Los relatos de Kamante de África mía -1975) seguirán después. Beard ha encontrado el que será su tema central: la destrucción de los últimos paraísos de vida salvaje a manos del hombre y en nombre de la civilización. “Hablar de naturaleza humana”, dirá más tarde, “es en el mejor de los casos un oxímoron”.

“A lo largo de los años”, comentó el pintor Francis Bacon, “Peter Beard me ha dado muchas de sus bellas fotografías. Las más impactantes para mí son las de los cuerpos de elefantes en descomposición, aquellas en las que las osamentas se transforman progresivamente en grandiosas esculturas, esculturas que no son simplemente formas abstractas, sino que llevan impresas todas las huellas de la futilidad y de la desesperación de la vida”. Movida por el impulso básico de la urgencia, de aquel plazo final del que hablaba la cita (en inglés la palabra deadline contiene en su raíz la idea de muerte), la obra de Peter Beard se enfrenta a la muerte, “ese único absoluto que conocemos en la vida y que los artistas saben que no pueden derrotar” (otra vez Bacon). Su cámara capta la imagen turbadora de la masacre ya consumada o ese instante previo de absoluta gracia cuando subrepticia sobre la naturaleza se cierne la profecía del fin. Beard recoge la última palabra de un Paraíso perdido de Milton, la poesía de La tierra desolada de T.S.Eliott, las visiones proféticas de Leonardo Da Vinci. Siempre consciente, no obstante, de la contrastante coexistencia de belleza y violencia, diseño y masacre, eros y thanatos: la modelo Verushka y el rinoceronte presa de los cazadores; la belleza de la máscara de un Massai y un África desolada.

“Hablar de naturaleza humana”, dirá más tarde, “es en el mejor de los casos un oxímoron”.



Matanza de 2500 cebras porque competían por el agua con el ganado, Kenia, 1960
La foto, en Beard, necesita de un contexto. Sus márgenes se llenan de símbolos, citas literarias, juegan con las texturas que crean la tinta y la sangre y así, entre los distintos planos, se narran historias. La foto, a su vez, se convierte en fragmento, parte de un objeto artístico: el diario-collage. En la obsesión de la autobiografía, en el afán coleccionista como antídoto ante lo vano y fugaz de los acontecimientos, en el ejercicio del diario del viajero como crónica de nuestros tiempos, se aúnan allí los objetos más diversos: listas de teléfonos, recortes periodísticos, marquillas de cigarrillos, el caparazón de un cangrejo, un fragmento de vajilla, fotografías. Como en arrecifes de coral, que van creciendo al adherirse de manera casual elementos heterogéneos. A los 12 años Beard comenzó su primer diario y la pasión continuaría toda su vida. Presentados en exposiciones en todo el mundo, un fuego en su casa terminaría devorando gran parte de ellos.
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La fotografía es aventura y es violenta, escribió Barthes, pues en ella se presenta ante los ojos, con la fuerza innegable de la evidencia, la catástrofe que ha sido. Nada más exacto para definir la obra de Peter Beard.

Todas las fotografías incluyendo portada ©Peter Beard Fair Use