Antes de ir a Berlín ya sabía a dónde iba. Esta es una ciudad que, como casi todas las grandes ciudades, se sustenta en su imaginario casi en mayor medida que en sus cimientos reales. Por eso he decidido recopilar aquí tres frases que he oído decir sobre Berlín, para cotejarlas, relacionarlas y reflexionar sobre ellas a partir de mi experiencia:
– “Si quieres ir a algún lugar para perderte por un tiempo y ser invisible, ve a Berlín”
Esta frase, que oí una vez de boca de un joven venezolano que llevaba por lo menos diez años viviendo en Berlín, conecta con la idea de la transitoriedad que caracteriza a buena parte de los habitantes de esta ciudad, que vienen y se van sin parar y entre los que por lo tanto resulta fácil caer en el anonimato y pasar inadvertido. En una ciudad poliédrica e internacional como Berlín, en la que, especialmente para los más jóvenes, todo es provisorio y nada parece dejar huella, resulta comprensible que la posibilidad de perdernos por un tiempo y volvernos invisibles esté al alcance de nuestra mano. Pero… ¿hay algo más a lo que apunte esa “perdición” más allá de la privacidad que brindan el tumulto y el anonimato?
– “Berlín te deja llevar hasta donde quieran tus deseos… pero si luego vas y te arrepientes no te recoge en sus brazos como una madre. Te deja ahí tirado con tus diablos.”
Esta tremenda frase se la escuché a un chico peruano en una fiesta, después de que alguien invitara a todos los presentes a que compartiéramos nuestras experiencias en esta ciudad. Con ella entra en juego un nuevo elemento en nuestro imaginario – el deseo –, que nos remite de inmediato a las delicias infernales que esconde la que es para muchos la capital del desenfreno. Berlín, como paraíso abierto a la permisividad y al libertinaje, se presentaría entonces como todo un remedo del Infierno en la tierra, si no fuera porque escapa del orden punitivo tanto del Cielo como del Averno, Más bien – tal y como afirmó mi compañero ocasional de juerga – se trataría de una especie de purgatorio donde cada uno expía sus pecados en secreto.

– “Berlin is good until it isn’t anymore.”
Esta sentencia lapidaria – que escuché, no en vano, de los labios de un personaje algo sombrío que me crucé de madrugada – da fe de ese abismo solitario que puede llegar a abrirse a los pies de todo aquel se lanza sin pensárselo a recorrer la extensiones de esta ciudad sin límites. Así, la imagen de Berlín queda finalmente oscurecida por el aliento de cierta fantasía fatalista que, tal vez, no se ajusta como es debido a la versatilidad y las posibilidades que desde siempre ha ofrecido una ciudad que, ya durante la década de los veinte, llegó a albergar todo un crisol de vida contracultural que afloró con una fuerza inédita en Europa antes de sucumbir bajo la bota nazi.
En todo caso, esa inevitable doble vertiente hace que nos preguntemos hasta qué punto Berlín no se ha convertido en otro paradigma más de la metrópoli deshumanizada y enfermiza, o si realmente sigue aportando, más allá del aislamiento y la alienación, un plus genuino de libertad.
Y llegado este punto tal vez tocamos techo: porque la verdadera naturaleza de Berlín – o tal vez eso que llamaríamos su “esencia” – puede ser que se dirima, precisamente, en esa dualidad que nos produce a más de uno sensaciones encontradas, y que más que en el aliento tremebundo del Infierno o el brillo arcangélico del Cielo se resuelve en una especie de limbo donde todo queda en suspenso y los habitantes se libran a su propia transformación.
Por eso Berlín tal vez ocupa en nuestra imaginación un lugar donde lo insólito parece posible – in Berlin ist alles möglich – y donde la aridez general hace que las almas crezcan como flores solitarias, pero flores abiertas a un aire limpio.
Fotografía de Diana Costa