Como ya apunté, después de licenciarme, entré al mercado laboral por la puerta de la cocina. Con un sueldo en marcos, me la pasé bien calentita y pude deleitarme con los últimos platos de una era que se abandonaba al euro. Hasta aquí ningún problema. Mis veintiuna horitas a la semana, mi lápiz y mi papel en mi café de Berlín y mis salidas por esta ciudad de transiciones.
Un año más tarde llegó el euro (el periodo de crisis económica alemana coincidió con el boom crediticio en España) y, con él, el dichoso momento de poner a dieta el espirítu, reservándole tan solo unas cuantas raciones de lápiz y papel y también llegó el momento de atenerse a la realidad sentando cabeza (cuando lo único que le dio Dios a uno para sentarse fue el trasero). Comencé pues a buscar trabajos para licenciada sin experiencia o, lo que es lo mismo, trabajos en prácticas sin remuneración. Después de meses de laboriosa búsqueda y teniendo que competir con licenciados/as con experiencia, conseguí introducirme en ese reservado dependiente del mercado laboral asignado al practicante (y yo que siempre había asociado esta figura al hombre de la inyección…).
Al lado del trabajo sin remuneración, yo mantenía mi trabajo remunerado. Pero éste comenzó, de un lado, a ser cobrado en moneda europea, la cual resultó ser al cambio la mitad de elástica que la anterior y, de otro y para más inri, tuvo que ser reducido en un tercio de sus horas para poder atender a las obligaciones del trabajo sin remuneración… «¡Pues menudo negocio que es este!», me dije. «Bueno Melina, tampoco te lo tomes así. Si esto no es en vano. Vas a aprender un montón y las puertas del futuro se te abrirán y al carajo con la transición!» (como si la transición hubiera dejado alguna vez de existir…).
En fin, el trabajo en prácticas sin remuneración fue efectuado en diversos medios de comunicación que, a su vez, no tenían ni iban a tener nunca un lugar para una licenciada con algo de experiencia, sin estudios de posgrado, sin un buen máster, sin contactos y…, después de todo, sin una vocación lo suficientemente férrea como para inscribirse en una carrera para freelance de salto de vallas.
Bueno bueno, la cosa empezaba a complicarse. Hacía ya tiempo que la escasa inversión en el trabajo remunerado, en favor del trabajo sin remuneración, estaba suponiendo un verdadero lastre. El currículum engordó pero el monedero padecía una anorexia alarmante. Mis necesidades se redujeron por tanto a la mitad de la mitad de la mitad y, la verdad, mentiras aparte, si uno quiere se acostumbra a lo que haga falta. Cómo me gusta a mí esa frase de: «No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita», que no el que necesita, para que nos entendamos.
No obstante, la frase me sirvió hasta que apuré algunos ahorrillos y el trabajo sin remuneración dejó de existir. Ahora me tocaba probar, a falta de un empleo, otra de las variantes del mercado laboral: el pluriempleo. Y allá que me lancé, con tanta disciplina que terminé ganándome el apodo de Ullrich, por todos los puntos acumulados en el Tour de Berlín. Con su bici, Melinita se recorría la ciudad de un trabajo a otro y tiro porque es muy poco. De profesora de español por horas en el salón de mi casa, me monto en la bici, a secretaria por horas en un bufete de abogados poniendo en claro propiedades alemanas en Mallorca, laptop en mano, me monto en la bici, a la cocina a maniobrar por horas con el salero. De la cocina a la bici, de la bici a la cama, de la cama a la bici, de la bici al hotel, del hotel, esta vez, al autobús a darle la bienvenida a un grupo de paisanos que vienen a visitar Berlín. Entremedio alguna traducción y en algún rato libre a tomarse un capuccino con el lápiz y el papel. ¡Ufff!
Pero después de todo, el monedero seguía con anorexia, si bien ya algo atenuada. Entre McJob y McJob llegaba a fin de mes y esto a base de echar unos músculos en las piernas que, ya les digo, ni el mismísimo Ulrich. Menos mal que nunca tuve coche, porque ya les pueden sumar litros de gasolina al contador. Como trabajadora temporal menor de treinta años, me convertí junto con la mitad de los trabajadores temporales, en una de las principales víctimas del paro. Quizá haciendo un estudio más analítico debería decir “del desempleo”.
Sin embargo, me gustaría apuntar que no siempre el pluriempleo es o ha sido negativo para aquellos que lo practican. Hay médicos que cobran una fortuna con varias consultas. Que miles de licenciados estén en paro parece ser problema de otra índole. A veces el pluriempleo también ha tenido muy buenas repercusiones entre la población, como el hecho de que una mujer, en la Navidad de 2005 llevó millones de un pueblo a otro gracias a su condición de pluriempleada. «El quinto premio de la lotería con el número 53.863 viajó de Amposta a la próxima localidad de Láldea gracias a una mujer que repartía su jornada laboral entre la administración de lotería y el supermercado al que llevó la fortuna”. ¡Anda, que bien!
En mi caso, dándole a los pedales, cuesta arriba, cuesta abajo, con el laptop y el salero, la ley mercantil y los exámenes corregidos, continuaba buscando trabajo y, para que no se dijera, iniciando un máster de dos años a distancia, no fuera a ser que se me caducara el currículum y entonces ¡sí que la habría hecho buena!